EL JUEVES SANTO EN IDEAL

Cristo muerto nos redime desde la cruz

El paso de palio ha estrenado esta Semana Santa nueva parihuela, así como la restauración de los varales y la corona de la Virgen del Consuelo 
Ha finalizado la restauración de los santos varones del paso de misterio



Atardece el Jueves Santo en Almería y los vecinos se acercan a San Agustín porque quieren ser testigos del descendimiento de Cristo de la cruz. La noticia de la muerte del Salvador se ha extendido por la ciudad como un reguero de pólvora y la sensación de tristeza se contagia por todas las calles y plazas. Está en San Agustín, allí los santos varones se disponen a bajarlo de la cruz y un cortejo de duelo se prepara para salir a la calle a honrar al Hijo del Hombre.


Sale a la calle la cruz de guía que precede a los penitentes de túnica blanca y escapulario negro que escoltan y acompañan al Redentor y que rezan por su alma oraciones calladas que se quedan bajo el antifaz pero que se sienten en las aceras. La luz de los cirios que portan en sus manos va dibujando una senda alrededor de la cual se arremolina Almería para darles su calor y su consuelo. Se alejan por la Rambla de Alfareros con el firme propósito de mostrarle a la ciudad el trágico final que ha sufrido Jesucristo.


Suena la música. Tristes melodías para endulzar tan duro momento para la cristiandad. También se oye una voz, la de José Alejandro Suárez, que dirige a los hombres que cargan con un paso en el que pesa más el abandono de los discípulos que la madera que le da forma. Ellos son valientes como los Santos Varones y no esconden su admiración por Él y se echan al cuello el peso del resultado de nuestros pecados.


Almería, muda

Almería enmudece cuando se encuentra con la patética estampa. El hijo de Dios está muerto, no cabe duda. Su cuerpo inerte es sujeto por las manos de los pocos amigos que no se amedrentan ante el atrevimiento y el descaro de los ignorantes y bajan de la cruz los restos sin vida del Salvador.


A los pies de las escaleras aguardan la Virgen, María Magdalena y María la de Santiago. No se puede expresar más dolor en la mirada. Sabían que esto podía pasar pero, aún así, la situación les supera y las rompe. Ni siquiera el cariño y el respeto que sube de las aceras parecen darles consuelo. Temen que todo haya sido en vano y se niegan a creerlo.


El paso se aleja, el cortejo continúa saliendo del interior de la Iglesia de San Agustín y la luz de las velas sigue alumbrando la senda que ya serpentea por varias calles de la ciudad. La escena impresiona y saca al pueblo de sus casas. Ha muerto Jesucristo y unos valientes le están bajando de la cruz, se oye por todas partes.


Almería piensa en el dolor que tiene que estar sufriendo la Virgen y la buscan para darle consuelo. Está aún en San Agustín, pero se ha armado de valor y va a salir también a la calle. Se tiene en pie a duras penas y treinta hombres se ofrecen a sostenerla y a ayudarla a caminar. Lleva consigo una flor, una rosa de Esperanza en la que encuentra el consuelo. Cruza las manos sobre su pecho y reza al Padre por el alma de su hijo. Porque Jesucristo será el Mesías, el hijo de Dios pero ella lo llevó nueve meses en sus entrañas y le dio la vida y siente el indescriptible dolor que solo entienden quienes han tenido la mala fortuna de sobrevivir a sus hijos.


Mimos y mecías

Manuel Vicente Barranco está más pendiente de ella que nadie. La envuelve en mimos, la acuna en suaves mecías y la duerme entre varales. Quiere aliviar su pena y le mira a la cara. Está serena. Rota de pena pero serena. Y al capataz se le parte el alma y le pide a Alboloduy que rece por Ella. Y suenan marchas melosas y sentías que encierran tanto cariño como notas hay en las partituras. La Virgen sale a la calle y la gente se mantiene en silencio para no despertarla y la cubre de besos. Y en el calor de esos besos, María encuentra también el consuelo.


Se marcha el cortejo de San Agustín y se dirige a la Catedral. Allí les espera la esperanza de la Resurrección, el cuerpo de Cristo hecho pan para alimento del alma. Los almerienses no se separan de ellos y, por todas partes, forman una marea humana de sobrecogimiento y pesar. Se sienten culpables. Tienen la convicción de que la responsabilidad de la muerte de Cristo es también en parte suya y piden perdón por su indolencia. Y Cristo, aún muerto en la cruz, les redime de sus pecados.


Se aleja el cortejo de San Agustín y se pierde entre la gente. La noticia conmueve a Almería y la ciudad entera se viste de luto y guarda silencio.

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